Con un sorbo de alcohol todo cambia dentro del cuerpo. El trago entra por la boca, pasa por la laringe y llega al esófago donde se absorbe un poquito. La mayor parte llega al estómago donde no hace digestión sino que pasa directamente al intestino delgado y, en cosa de media hora, al torrente sanguíneo.
Al contrario de lo que ocurre con los alimentos, el alcohol llega muy rápido a la sangre que la reparte por todos los órganos del cuerpo. En ese recorrido, el hígado lo procesa y permite que el alcohol regrese al organismo sin afectarlo. Pero tiene capacidad limitada y además, necesita un tiempo para hacerlo.
Es por esto que Gerardo Tálamo, psicólogo con máster en educación y 20 años dedicado a estudiar el impacto del alcohol en el organismo, comenta que el problema no es beber alcohol, sino hacerlo en grandes cantidades y en poco tiempo.